Los parques son uno de los pocos
sitios de ocio que ofrece esta ciudad para que los más pequeños jueguen fuera
de sus casas (al menos de forma gratuita), y la mayoría de los padres y madres
los utilizamos a pesar de que resultan espacios demasiado pequeños , no siempre
están ubicados en un entorno adecuado para niños, se encuentran colillas de
cigarros e inclusdo cristales rotos en el suelo, los columpios son escasos,
poco originales y con falta de mantenimiento en algunos casos….resumiendo, que
pareciera que no se pensó en los niños a la hora de construirlos.
Y después de este breve desahogo
( podría rellenar folios hablando de lo poco o nada que se piensa en los niños
a la hora de urbanizar ciudades -Ay, Tonucci!! Que olvidao te tienen los
ayuntamientos….-) , pasaré a exponer uno de los muchos episodios que se viven
cada día en estos lugares llamados parques infantiles.
Hace sólo unas horas he
presenciado en un parque del centro de la ciudad la siguiente escena: Un niño
de unos 4 años hacía cola en el balancín junto con mi hija, y cuando ha llegado
su turno se lo ha cedido a Laura en lo que me ha parecido un gesto de lo más
amable y generoso. El chico ha seguido ahí un buen rato, y curiosamente, ha
dejado pasar a todos los niños que se han acercado con una sonrisa en los
labios. A mi derecha, y sin perder ojo de la situación , había una mujer que
rápidamente he reconocido como la madre del niño por su cara de preocupación, y
se han confirmado mis sospechas cuando se ha acercado a mí con una especie de
necesidad de explicarme el porqué de la actitud de su hijo.
Me ha mirado entre agobiada y
avergonzada y me ha dicho: “pobre….. igualito que su madre…. A mí siempre se me
colaban. Me da una pena….. pero no puedo estar siempre defendiéndole, ya
aprenderá, aunque……como no lo haga rápido se va a llevar más palos…….”
Al volver a casa, en el autobús,
me ha dado por pensar en la cantidad de veces que nos vemos reflejados en
nuestro hijos, y por supuesto, en la cantidad de veces que no somos capaces de
verles a ellos, que no somos capaces de reconocer que pueden sentirse cómodos
en situaciones en las que nosotros nos hemos sentido incómodos, o de sufrir con
cosas que a nosotros nos parecen “tonterías”. He pensado en mis propios hijos,
en sus miradas limpias y en todo
el trabajo que tenemos que hacer los adultos para sanar nuestras propias
historias y para separarlas por fin de las suyas.
Cuando un
niño mira a los ojos a su madre le está pidiendo a gritos que reconozca al Ser
independiente que es , y que lo respete, porque sólo respetando profundamente
quienes son de verdad de nuestros hijos (y no la espectativa que tenemos sobre ellos) podremos darles
las herramientas para que elijan su propio camino y podremos enseñarles a
respetarse a sí mismos.
Lamentablemente no se puede dar
lo que no se tiene, así que el trabajo de muchos padres debería de empezar por
aprender a respetarnos a nosotros mismos, y ese, es un camino duro de recorrer.
Antonia